martes, 18 de septiembre de 2012

Conoce a Octavio Paz





Octavio Paz nació en 1914 en la Ciudad de México.
Gracias a la extensa biblioteca de su abuelo, Paz tuvo un contacto temprano con la literatura. Su padre, al igual que su abuelo, era también un periodista político activo, quien, junto con otros intelectuales progresistas, se unió a la sublevación agraria dirigida por Emiliano Zapata. 

Paz comenzó a escribir a una edad temprana. En 1937 realizó un viaje a Valencia, España, para participar en el Segundo Congreso Internacional de Escritores Anti-fascistas. Tan rápido como regresó a México en 1938, fue uno de los fundadores de la revista Taller, que marcó el surgimiento de una nueva generación de escritores en México, así como una nueva sensibilidad literaria. En 1943 viajó a los Estados Unidos con la beca Guggenheim, para adentrarse en la poesía modernista Anglo-Americana. Años más tarde se incorporó al servicio diplomático mexicano. Fue enviado a Francia, donde escribió El laberinto de la Soledad, su estudio fundamental sobre la identidad mexicana. Participó activamente, junto con André Bretón y Benjamín Péret, en varias actividades y publicaciones de tinte surrealista. En 1962 fue designado embajador en la India, etapa importante en el trabajo del poeta, como da cuenta en los múltiples libros que escribió durante su estancia en ese país, especialmente La Gramática del Mono La Cuesta del Este. Sin embargo,en 1968, dimitió a su cargo en el servicio diplomático en protesta contra el gobierno por las demostraciones de represión contra los estudiantes en Tlatelolco, previo a los juegos olímpicos en México. Desde entonces, Paz continuó su trabajo como escritor y editor, fundando dos importantes revistas dedicadas a las artes y la política: Plural (1971-1976) y Vuelta (1976-1998). En 1980 fue nombrado doctor honorario en Harvard. Los premios recientes incluyen el Miguel de Cervantes en 1982, el más importante del mundo de habla hispana, y el Nóbel de Literatura en 1990.

Paz fue un poeta y un ensayista. Su recopilación poética es alimentada por la creencia de que la poesía constituye " la religión secreta de la edad moderna". Eliot Weinberger ha escrito que, para Paz, " la revolución de la palabra es la revolución del mundo, y que ambas no pueden existir sin la revolución del cuerpo: vida como arte, una vuelta a la unidad perdida mítica del pensamiento y del cuerpo, hombre y la naturaleza, yo y el otro". La suya es una poesía escrita dentro del movimiento y las transparencias perpetuas del presente eterno. La poesía de Paz se ha recogido en Poemas 1935-1975 (1981) y Poemas Recogidos 1957-1987 (1987). Un estilista notable de la prosa, Paz escribió un acervo prolífico de ensayos, incluyendo la crítica de varios libros extensos sobre poética, literatura y arte, así como también historia de México, política y culturas mexicanas.


Foto: de la Jornada

La Jornada 20 de abril de 1998



Al instalar la Fundación Octavio Paz, Antonio Ariza 
besa la mano del Nobel de Literatura. Lo observan 
Fernando del Paso y el presidente Ernesto Zedillo.
Foto: Francisco Olvera.

Octavio Paz anoche durante la clausura del encuentro
sobre Andrés Breton en el Museo Tamayo.
Foto: Víctor Mendiola


Enrique Krauze, Octavio Paz y Juan Manuel Silva
Camarena, durante la clausura de las Jornadas
Culturales en homenaje al poeta.

Foto: Guillermo Sologuren


lunes, 17 de septiembre de 2012

Entre Irse y Quedarse

Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.

La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.

Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.




Octavio Paz

Repeticiones

El corazón y su redoble iracundo
el obscuro caballo de la sangre
caballo ciego caballo desbocado
el carrousel nocturno la noria del terror
el grito contra el muro y la centella rota
Camino andado
camino desandado
El cuerpo a cuerpo con un pensamiento afilado
la pena que interrogo cada día y no responde
la pena que no se aparta y cada noche me despierta
la pena sin tamaño y sin nombre
el alfiler y el párpado traspasado
el párpado del día mal vivido
la hora manchada la ternura escupida
la risa loca y la puta mentira
la soledad y el mundo
Camino andado
El coso de la sangre y la pica y la rechifla
el sol sobre la herida
sobre las aguas muertas el astro hirsuto
la rabia y su acidez recomida
el pensamiento que se oxida
y la escritura gangrenada
el alba desvivida y el día amordazado
la noche cavilada y su hueso roído
el horror siempre nuevo y siempre repetido
Camino andado
camino desandado
El vaso de agua la pastilla la lengua de estaño
el hormiguero en pleno sueño
cascada negra de la sangre
cascada pétrea de la noche
el peso bruto de la nada
zumbido de motores en la ciudad inmensa
lejos cerca lejos en el suburbio de mi oreja
aparición del ojo y el muro que gesticula
aparición del metro cojo
el puente roto y el ahogado
Camino andado
camino desandado
El pensamiento circular y el circulo de familia
¿qué hice qué hiciste qué hemos hecho?
el laberinto de la culpa sin culpa
el espejo que acusa y el silencio que se gangrena
el día estéril la noche estéril el dolor estéril
la soledad promiscua el mundo despoblado
la sala de espera en donde ya no hay nadie
Camino andado y desandado
la vida se ha ido sin volver el rostro.




Octavio Paz

La Poesía

Llegas, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente

Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas. contra invisibles huestes.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.

Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.




Octavio Paz

Elegía Interrumpida

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.

Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y en el amanecer de párpados hinchados
el gesto con que deshacemos
el nudo corredizo, la corbata,
y ya apagan las luces en la calle
?saluda al sol, araña, no seas rencorosa?
y más muertos que vivos entramos en la cama.

Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.




Octavio Paz

Viento


Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre de viaje.



Octavio Paz

La Rama

Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha, en la rama,
se desvanece entre alas
y en música se derrama.

El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.




Octavio Paz